El tiempo maldita daga
“Acudió entonces a su memoria el recuerdo de los Bertaux, y representósele la granja, la charca cenagosa, y volvió a ver a su padre con blusa, bajo los manzano, y ella misma viose, como otras veces, desnatando con el dedo los cuencos de la leche. Pero su vida pasada, tan clara hasta entonces, desvanecíase por completo al fulgurar de la presente hora, y hasta dudaba de haberla vivido. Sólo sabía que hallábase allí, envuelta en el baile; y fuera de aquello, todo lo demás hundíase en la sombra.”
Madame Bovary, Gustave Flaubert.
Siempre el tiempo. Suelo querer que pase y, cuando pasa, pienso en lo rápido que fue. No es extraño, ni novedoso. Creo que a todo el mundo le pasa, o a casi todos. Entonces, también dudo de haber vivido lo pasado, como cuando veo fotos viejas y dudo de haber sido yo quien aparece en ellas. Así, días como esa mañana lluviosa del 2001 y las palabras que crucé con Andrea, parecen una imagen ajena, muy lejana. Eso me lleva a pensar, también, en esa suerte de intuición a la que debería hacer más caso… En lo que SÉ que, muy posiblemente, pasará; pensar, cuando ya no esté aquí (Aquí y Ahora, como un guiño), cuando ya haya pasado este tiempo que, ahora, deseo que pase rápido, pero que, tal vez, en ese momento extrañaré, o no, no lo sé. El tiempo, en cualquier forma, sigue siendo una pequeña arma de doble filo. Y simplemente, puedo repetir: el tiempo maldita daga.