Esos tiempos ya no vuelven…
Se acabaron esos días de despertarse y pensar si me levanto o me quedo durmiendo; para no hablar de los días de despertarme entre 6 y 8 a.m., mirar el reloj y pensar que todavía es temprano y me quedan unas horitas más en mi cómoda camita; también se acabaron los días de pensar que voy un ratico y llego temprano a mi casita a descansar; y claro –peor aún– los días de decir “hoy no voy”. Ahora pienso en las sucesiones de hechos y en que todo podría ser muy diferente debido a los hechos que desencadenó, y haría podido seguir desencadenando, alguna persona. Pienso en cómo serían las mañanas si tuviera que caminar solo unas cuadras de ida y vuelta, en que a lo mejor me sentiría más libre y más tranquila. Aquí la cosa no está muy tensa –todavía–, tengo tiempo para mí y para mis cosas –incluso me aburro a veces y el tiempo se me hace eterno–, aunque me siento un poco en el aire y como que no sé muy bien lo que tengo que hacer, de alguna forma, como si estuviera jugando a que hago algo que realmente no tiene una importancia vital, sólo porque a mí me parecen cosas fáciles y nimiedades. Ahí es cuando me acuerdo de los días, ya bastante lejanos, en el piso 20 del edificio de Bancolombia, a donde hacía pataleta para que me llevaran. Y bueno, tampoco voy a negar que extraño el tiempo en que tenía más autonomía, en que recibía gratas sorpresas que ya no son, y que me hacen una falta enorme algunas personas. Pero, fuera de todo, me alegra saber que me he ganado lo que me merezco, que aunque extrañe mucho algunas cosas (incluidas ciertas personas) no las necesito, que se abren varias e interesantes posibilidades, que una de las personas que realmente me importan en la vida me sigue queriendo a pesar de todo y que hay formas factibles de lograr en poco tiempo algo que quiero y cuya sola posibilidad de ser me hace feliz.