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Aunque esto sucedió ayer, no podía dejar de comentarlo. Como tantas veces, y como suele suceder cuando me veo en situaciones de ese tipo, esta era mi cara ayer en el taxi de regreso a mi casa, mientras escuchaba la entretenidísima conversación que mi padre sostenía con el amable y simpático taxista (a quien, debo decir, era mejor mantener hablándole para que se concentrara en conducir y evitar así que su imprudencia innata se elevara considerablemente; evitándome a mí un colapso nervioso, por circunstancias que alguna vez explique en un post, hace tiempo).