Thursday, September 30, 2004

Nada me sorprende. Al fin y al cabo ya sabía que era tiempo perdido, aunque el cielo esté cargando otra vez esta luna tan pesada y tan redonda. Tal vez sólo quise intentarlo, como para “que no se diga que no lo intenté”. De todas maneras, ya sabía lo que iba a pasar, tal y como lo sigo sabiendo ahora, y aún más que antes. Por eso ya no estoy esperando nada, como he repetido cientos de veces, lo que haya de venir vendrá. Esto con el fin de ahorrarme acciones y esfuerzos inoficiosos y, claro, algunas neuronas. Ahí está. Ahí está la dichosa razón del miedo al que nadie le encontraba razón: lo que está pasando ahora y que yo sabía que iba a pasar, aunque yo rogara que no pasara. Ahora sigo dejando pasar el tiempo, como si no me importara, como si no tuviera la intención de hacer nada, porque la verdad no tengo ganas y nada va a cambiar el rumbo de los acontecimientos por suceder durante los próximos tres días. Esto es, simplemente, un conjunto de palabras repletas de hastío, de decepción –ya no de cosas o personas, sino la decepción de esperar tan poco de… que ya no me decepcionan–, pero, al fin y al cabo, un pequeño grito, un ínfimo pedazo de lo que queda y un recordatorio por si llegase a tener que hacerme reconvenciones sobre el particular a mí misma.