“Saltaste, caíste, miraste, fallaste, supiste quién sos
Probaste en el aire el vacío absoluto
Y caíste no todo en tu vida depende tan sólo de vos”
Absolut Vacío, Fito Páez
Empezó con la serpiente aquella. La pérdida de control, la ausencia del presumible poder, del tiempo, de la risa. La confusión, las emociones y las ideas enredadas. Un discurrir agitado, pero lento, fragmentado e incoherente, debajo de un sol y un calor, más pegajosos y odiosos que de costumbre. En fin, una bofetada, como bien tuve el tino de describirlo, a muchas cosas horribles de mí y a cosas que debían salir de mi vida… Lo que siguió fue sacar fuerzas de donde fuera, de donde no había, tratar de tener calma, hasta llegar a desarrollar un nivel de paciencia y sacrificio de los que nunca antes me hubiera creído capaz. Por un tiempo, el agua dejó de ser el líquido refrescante y relajante de siempre; para convertirse, más bien, en un suplicio hirviente que me corría por el cuerpo. Fin del pseudo descanso, lo estropeaste todo, hora de volver. Pero, en realidad, yo no estaba volviendo… Empezó el alejamiento. Todo el mundo hablaba al tiempo, preguntaban, advertían, recomendaban, ordenaban. Yo no quería ver a nadie, no quería saber nada de nada. La voz que estaba esperando escuchar habló al principio y al fin lloré, un poquito, porque no iba a volver esto el informe lagrimita, y luego me reí, porque siempre me hace reír, porque siempre sabe cómo ponerme bien, hacerme estar mejor. Chao, clic. Empezaron los días de asfixia, de depresión continua, de distanciamiento, de viaje. Estaba asustada. Pero no decía nada. Cero sentido, pero había que tratar. Pero, al fin, nada es para siempre y el tiempo va volviendo a poner las cosas en su lugar.