Especie
6:00 a.m. A esa hora todavía era temprano para el comienzo de mis sábados. Hora de enfrentar mieditos antiguos, señorita. Hoy, otra vez y al fin, “no es momento para ser cobarde”. Muy bien, vamos muy bien. Así es. Sí se puede. Pausa y es momento de contemplar esas sensaciones pasadas de la mañana. De esos amaneceres fríos con alguna incipiente promesa de sol. De esa soledad fría y grata que susurraba, que daba aliento y que transportaba (como la anécdota de Dalí en Port Lligat). Y pensar, aquellas mañanas, en los errores recientes que casi todos los días arrancaban uno que otro río o, a lo mejor, alguna laguna. Más atrás aún… esa tarde de cansancio y de cascada por la que fluye el agua y se lleva todo. Y pensar que algún día vamos a volver; más cerca. Me engaño, a veces, tal vez. Ya sé, aunque me haga la que no. Escribir, leer un poco, esperar, y vámonos. Reanudar.
11 a.m. Entonces se volvió la mujercita esa, con una horrible sombra azul que le cruzaba los ojos, puestos en una carita morena y cachetona, que reñía con los típicos rayitos rubios pretenciosos y de pésimo gusto.
-¡Qué pena! ¿Tiene horas…
No sé qué cara puse, a lo mejor alcé una ceja en ese gesto tan mío, un poco sorprendida (o no tanto), más bien aturdida por aquella vulgaridad irrisoria.
-…que me regale por favor?- Remató.
Sin demorar mucho el gesto, procedí a mirar el reloj.
Pensé: “No, niña. Tanto, no. A lo mucho unos cuantos segundos para informarle qué hora es”.
-Cinco para las once. Y cuento acabado.
Sin embargo, me faltaba ver al, aún más vulgar, levante de la mujercita. Cuando llega el tipo ese, con botas pantaneras y pelos hasta en las orejas. Y, encima, una arrogancia directamente proporcional a su vulgaridad.
12 m. Hice una promesa hace unos días… Hoy sería el momento de cumplirla, es lo más sencillo. De pronto, me arme de valor y decida amar y odiar, pelear y reconciliarme con todo y nada. A lo mejor, solo sonrío discretamente y dejo que mi sarcasmo haga el resto… y bueno, me sigo llevando al límite de vulgaridad que puedo soportar y me sigo divirtiendo a costa de ello.
Mientras escribo esto, tengo la sensibilidad alborotada por los nervios, lo que hace que los ruidos me asusten con más facilidad y eso me irrita. Sin embargo, esos tres ruidos consecutivos se van tornando en un ataque de risa.